Las urgencias, al hospital. La abogacía requiere análisis, estrategia y tiempo. Si los clientes lo entienden, trabajaremos mejor y con más respeto mutuo
Vivimos en una época donde la inmediatez lo domina todo. Los clientes envían mensajes de WhatsApp un domingo por la tarde y esperan respuesta en minutos. Mandan un correo a medianoche y preguntan a primera hora si ya lo hemos leído. El problema no es que necesiten respuestas, sino que esperan que un abogado esté disponible las 24 horas del día, como si su caso fuera el único en el despacho.
Pero la realidad es distinta. Detrás de cada abogado hay decenas de expedientes, reuniones, juicios y plazos que requieren tiempo y concentración. La abogacía no funciona a golpe de notificación, ni se puede reducir a una respuesta inmediata. Antes, cuando no existían los correos urgentes ni los mensajes instantáneos, la profesión era más respetada. Se entendía que un abogado necesitaba tiempo para analizar, estudiar y preparar cada caso. Hoy, en cambio, la inmediatez ha convertido la espera en una exigencia, y la disponibilidad absoluta en un requisito no escrito.
La trampa de la disponibilidad total
Muchos abogados, sobre todo cuando empiezan, caen en la trampa de estar siempre disponibles. Responden mensajes fuera de horario, atienden llamadas en fines de semana y, sin darse cuenta, acaban estableciendo un precedente difícil de revertir.
Así lo explica una abogada que, en un inicio, contestaba todos los mensajes que le llegaban. «Al principio respondía, pero tuve que explicar a cada cliente que los WhatsApp no los contesto. Si me llaman y no puedo atenderles, les devolveré la llamada, pero nada de mensajes. Si es urgente, me llamas. Si no lo es, no me escribas.»
El problema es que la línea entre lo urgente y lo importante se ha difuminado. Hay clientes que creen que cualquier duda, por pequeña que sea, merece una respuesta inmediata. Pero la urgencia legal no la define el cliente, sino el abogado. Un despido, una detención o una medida cautelar pueden ser urgentes. Un trámite administrativo o una consulta sobre el estado de un expediente, no.
Sin embargo, algunos despachos han fomentado este modelo de inmediatez con teléfonos 24 horas y microconsultas por videollamada. «Esto desvirtúa la profesión y vende al cliente dos ideas erróneas: que puede exigir disponibilidad en cualquier momento y que nuestro trabajo es algo tan simple y banal como vender una barra de pan o una lechuga.»
Más rapidez no significa mejor servicio
Responder rápido no siempre es sinónimo de buen servicio. Los plazos legales existen por una razón: los asuntos jurídicos requieren análisis, estrategia y precisión.
Un abogado que responde con urgencia a todo puede transmitir una imagen equivocada. «Una respuesta inmediata a deshoras a veces puede dar imagen de necesidad en lugar de profesionalidad. Los límites generan confianza, aunque a priori no lo parezca.»
Es una cuestión de educación. Si el abogado establece desde el principio cómo será la comunicación, el cliente lo entenderá y respetará.
Algunos despachos han optado por organizar su jornada con un sistema claro: dedicar la primera parte del día a trabajar sin interrupciones y, a partir de una hora determinada, responder llamadas, correos y mensajes.
Este modelo ha funcionado bien, pero no siempre es suficiente. «En mi caso, he decidido incluir en mi contrato de prestación de servicios los horarios de atención y tiempos de respuesta, porque algunos clientes toman la falta de respuesta inmediata como un mal servicio.»
¿Todos los clientes merecen la misma disponibilidad?
No todos los clientes son iguales, ni todos valoran el trabajo del abogado de la misma manera. Un cliente que paga el procedimiento y sigue las indicaciones del abogado merece más tiempo y dedicación que aquel que solo busca consultas gratuitas o retrasa pagos constantemente.
Un abogado debe saber seleccionar a sus clientes y no aceptar cualquier caso. «Hay que preguntarse: ¿este cliente respeta mi tiempo y mi trabajo? Si la respuesta es no, quizás no merezca mi disponibilidad.»
La necesidad de desconectar para trabajar mejor
Muchos abogados sienten la presión de estar siempre conectados. Sin embargo, atender llamadas a cualquier hora y responder mensajes constantemente no solo afecta a la vida personal, sino también a la calidad del trabajo.
«Reconozco que me cuesta desconectar, pero cada vez que lo logro es una victoria. A mis clientes no les sirve un abogado agotado, les sirve alguien con la mente clara, que pueda solucionarles los problemas de forma eficiente, aunque implique esperar un par de días.»
La clave no es estar disponible todo el tiempo, sino ser responsable con cada caso. Un abogado no es un empleado de sus clientes, sino un profesional que gestiona su tiempo para dar un servicio de calidad.
El respeto mutuo construye confianza
Los abogados que marcan límites claros no solo protegen su bienestar, sino que refuerzan la confianza de los clientes. Un profesional que sabe gestionar su tiempo transmite seguridad y control sobre el caso.
Educar a los clientes es fundamental. Explicarles desde el principio cómo funciona el proceso y qué tiempos pueden esperar evita frustraciones innecesarias. La confianza no se mide en la rapidez de una respuesta, sino en la capacidad de resolver el problema de forma efectiva.
«Las urgencias, al hospital. La abogacía requiere análisis, estrategia y tiempo. Si los clientes lo entienden, trabajaremos mejor y con más respeto mutuo.»